Los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial fueron muy convulsionados en el mundo entero. Durante ese período se registraron cambios y movimientos revolucionarios en distintas dimensiones: política, en el arte, en la cultura, en las relaciones internacionales, etcétera. Estos movimientos tenían en común su rebeldía frente al autoritarismo y al poder (político, económico, social), cuestionanando lo establecido.
En
América Latina, estos movimientos tenían en común su postura
“antiimperialista”, su oposición al poder que los Estados
Unidos ejercían sobre la región. Muchos de estos movimientos
planteaban un cambio radical del sistema socio-económico, porque el
capitalismo dependiente que caracterizaba a la mayoría de los países
latinoamericanos había demostrado ser fuente de desigualdades
económicas, injusticias sociales y escaso y desigual desarrollo
productivo. En oposición, el socialismo aparecía como un modelo
justo, equitativo, atento a las dignidades humanas.
La Revolución Cubana constituyó un gran impulso para estos movimientos. En la isla, tras algunos años de guerrilla rural liderada por Fidel Castro y Ernesto Che Guevara, entre otros, habían logrado derrotar al ejército de la dictadura de Batista, tomar el poder declarando el carácter socialista de la revolución, y todo esto a escasos kilómetros del imperio. Cuba se convertiría en el espejo en la que los revolucionarios latinoamericanos querían mirarse, porque veían en el socialismo un orden social justo, anhelado y, a partir de la revolución cubana , posible en el continente.
En el resto de Latinoamérica los golpes de Estado y las prácticas autoritarias y represivas de las clases dominantes confirmaban que no estaban dispuestas a ceder sus privilegios económicos y políticos motivo por el cual la lucha armada se constituyó siguiendo el ejemplo cubano, como un camino viable y necesario para la toma del poder sino.
Durante
este proceso existió una profunda división en el seno de la
Iglesia Católica y sus seguidores destacándose la ubicación
ideológica de las cúpulas eclesiásticas, su alineamiento y el aval
otorgado por las mismas a los regímenes militares en la lucha
contra el comunismo, así como el compromiso hacia las necesidades
del pueblo expresados por el Movimiento de Sacerdotes por el Tercer
Mundo y la Teología de la Liberación, ubicados en el polo opuesto
del espectro político.
Luego
del Concilio Vaticano II , realizado a principios de la década del
60 , un pequeño grupo de obispos difundieron un documento
denominado "Manifiesto de los Obispos del Tercer Mundo " ,
que tuvo gran influencia en Latinoamérica y que era era una
interpretación de la encíclica "Populorum Progressio" ,
que ubicaba al socialismo como el sistema político mas próximo a
la moral y considerando que la revolución era un medio apto para
promover el Bien Común , tal como lo entendió el sacerdote
colombiano Camilo Torres ,quien pasó a la lucha clandestina en la
espesura sudamericana . Todos
estos conceptos dieron lugar a la llamada "Teología de la
Liberación "
A fines
de 1967, monseñor Alberto Devoto , obispo de Goya quien recibió, el
Mensaje de los Obispos se lo envió al padre Miguel Ramondetti
(proximo al Partido Comunista) quien realizó una masiva distribución
del documento entre el clero regular y obtuvo algunas adhesiones a
las ideas allí se desarrollaban conformándose así el "Movimiento
de Sacerdotes para el Tercer Mundo " que adhería y profundizaba
el mensaje, promocionado por unos pocos sacerdotes y seminaristas
(algunos de los cuales estuvieron íntimamente ligados con el
accionar revolucionario posterior) quienes proponían la
alineación con el socialismo de Latinoamericana a través de un
proceso revolucionario armado.
Durante la década del '60 surgieron en Latinoamérica sistemas autoritarios que poseen elementos comunes a pesar de la diversidad de realidades de los países del continente.
Estos
sistemas consolidaron la militarización de la sociedad y la
política, y se dieron en el marco de la reacción impulsada por
Estados Unidos de Norteamérica ante la Guerra Fría y la Revolución
Cubana, implementando lo que se denominó la “Doctrina de la
Seguridad Nacional”. Esta doctrina postulaba que las democracias
occidentales no solo estaban amenazadas por un enemigo externo, el
bloque socialista soviético, sino también por uno interno,
representado por todos los partidos y organizaciones de izquierda.
Frente a
esta amenaza ya no resultaban eficaces las tácticas y estrategias de
la guerra convencional , fueron necesarios nuevos métodos de
contrainsurgencia (lucha antiguerrillera, infiltración, técnicas de
interrogatorio), métodos gestados en los Estados Unidos y utilizados
por la mayor parte de los ejércitos latinoamericanos.
En 1962,
el presidente John F. Kennedy lanzó la Alianza para el Progreso,
plan que intentó ofrecer resistencia al avance del “comunismo”
por medio de inversiones y desarrollo económico en los los países
latinoamericanos. Consideraban que tenían la “misión” de ayudar
a proveer seguridad a las naciones en desarrollo que “genuinamente
necesitan y piden nuestra ayuda porque para una sociedad que se está
modernizando, seguridad significa desarrollo y sin desarrollo, no
puede haber seguridad....” como lo sostenía el secretario de
Defensa de Kennedy, Robert Mc Namara. El objetivo de este plan era
evitar que América Latina siguiera el ejemplo de la Revolución
Cubana por medio de ayuda económica y social a la región. El plan
prometía mejorar las condiciones sanitarias, ampliar el acceso a la
educación y a la vivienda, controlar la inflación e incrementar la
productividad agrícola mediante la reforma agraria. De llevarse a
cabo este plan, los países recibirían un aporte económico desde
los EEUU.
Durante
el gobierno del sucesor de Kennedy, Lyndon Johnson,se desarrollaron
los planes de intervención en los países latinoamericanos, a través
de los militares preparados para la “lucha anticomunista” en la
Escuela de las Américas en Panamá, imponiéndose en la región
regímenes militares adictos quienes, agitaban el fantasma del
comunismo. Los ejércitos de América de Sur debían expandir su rol
interno, su misión era la de salvaguardar la nación, lo que las
llevaría a asumir el control del Estado para asegurar la unidad de
la Nación y el cumplimiento de su destino de gran país.
La
Doctrina de Seguridad Nacional tiene dos vertientes, una de origen
norteamericano y la otra de origen francés con la experiencia tras
las derrotas en las guerras de independencia de Indochina y Argelia,
que modificó profundamente las tácticas militares y la ideología
del Ejército. A partir de tales experiencias, los oficiales
franceses desarrollaron técnicas de combate contra la guerra de
guerrillas de los grupos rebeldes, que fueron enseñadas
posteriormente a los militares argentinos. Esta enseñanza incluía
importantes elementos de carácter doctrinario, como la idea de la
guerra global contra el comunismo, la noción de enemigo interno, y
la convicción de que sus acciones, incluido el uso de tortura como
técnica de obtención de información, estaban justificadas por la
búsqueda del bien mayor de la nación. Esta ideología influyó
profundamente en el Ejército argentino.
Empleando
esta doctrina los Estados Unidos consiguen unificar el accionar de
las distintas dictaduras latinoamericanas. Para implementar la
doctrina, los Estados Unidos instalaron la Escuela de las Américas
en Panamá, con la idea de impulsar el equilibrio político en
América Latina . Durante años, técnicas de interrogatorios
mediante torturas fueron enseñadas a militares sudamericanos,
quienes eran los encargados de efectuar el trabajo sucio de contra
insurrección.
La
Doctrina de la Seguridad Nacional, fue el sostén ideológico de las
dictaduras militares en América Latina e ideada por el gobierno de
Estados Unidos como forma de ejercer un contrapeso político en la
región en el marco de la Guerra Fría, transmitida desde de la
polémica Escuelas de las Américas, que instruyó a militares
latinoamericanos en técnicas de contrainsurgencia y violaciones a
los derechos humanos. Los gobiernos estadounidenses temían que la
revolución cubana significara una expansión del comunismo en
América Latina, y que el continente girara hacia la órbita
soviética. Por eso, esta doctrina predicaba que la proliferación de
la ideología socialista en los países latinoamericanos constituía
una amenaza para la seguridad nacional de estas naciones, por eso era
necesario una contraofensiva política y militar. Así se creó la
Escuela de las Américas, que se encargó de instruir a militares y
policías de América Latina en técnicas contrainsurgentes,
otorgándoles a las fuerzas armadas de los países latinoamericanos
un rol principal en la lucha contra el comunismo.
La
Doctrina de Seguridad Nacional que considera a los propios ciudadanos
de un país como posibles amenazas a la seguridad fue un producto del
pensamiento de la Guerra Fría e ideada por los sucesivos gobiernos
de los Estados Unidos y divulgada mediante el entrenamiento de los
distintos ejércitos latinoamericanos, llega a formar una parte
importante de la ideología de las fuerzas armadas en América
Latina, extendiendo su papel de defensores de las fronteras
nacionales con la defensa contra el propio pueblo. La doctrina
propaga una visión amplia del enemigo: no sólo se consideran
terroristas insurgentes a las personas con armas, sino también a las
personas que propagan ideas en contra del concepto de la sociedad
nacional que tiene el gobierno, quienes, además, son considerados
subversivos, traidores a la patria y por consiguiente no se los ve
como sujetos de derecho sino como seres viles o fuentes de maldad.
Por esto la doctrina justifica utilizar los métodos más atroces
para tratar y eliminar al enemigo.
El
gobierno estadounidense tenía la convicción de que el bloque
comunista tenía como principal objetivo el convertirse en la única
potencia mundial y reorganizar la sociedad mediante la expansión del
comunismo soviético y sobre esta base se extendió el temor de que
surgieran en los países 'subdesarrollados', especialmente en América
Latina, focos de resistencia comunista. Los EE.UU. tenían sus
intereses latinoamericanos bien protegidos por los gobiernos
dictatoriales que habían instalado en épocas anteriores. Pero con
la influencia de la revolución cubana de 1959 y el creciente
pensamiento comunista o socialista entre los jóvenes
latinoamericanos, por primera vez surgía la idea de que el pueblo
del propio país podía constituir una amenaza a la seguridad
nacional.
La
intervención norteamericana incluyó asistencia militar y programas
de inserción en las sociedades latinoamericanas, tanto a nivel
político como comunicacional. La ayuda militar debía ponerse
sobre la seguridad interna de cada país y todo gobierno debería
estar capacitado para garantizar su propia seguridad adaptando su
potencial militar a las modalidades de la "guerra interna".
Desde el punto de vista norteamericano, los militares no constituían
únicamente una fuerza que garantizaba el mantenimiento del orden
frente a la subversión sino que también podían ser estimulados a
participar en la transformación económica y social .... Estados
Unidos pretendía que a través de los programas de acción cívica
los militares latinoamericanos apoyarían las reformas económicas y
sociales y no les opondrían un veto político sistemático.
En octubre del año 1962, el gobierno norteamericano denunciaba que la URSS
estaba
instalando bases para cohetes nucleares en territorio cubano y
proclamaba un bloqueo marítimo de ésta para impedir el ingreso de
nuevas armas ofensivas de origen soviético, y a cesar sólo cuando
la URSS se comprometiese a desmantelar esas bases. La aceptación del
gobierno soviético , no fue bien recibida en Cuba y su efecto no
hizo más que de consolidar el régimen revolucionario.
EEUU debió comprometerse con no realizar una nueva invasión
contra la isla, aunque continuo durante años organizando
incursiones de disidentes y otras acciones hostiles en territorio
cubano. Pero la hostilidad norteamericana seguía incidiendo
negativamente sobre la isla, tanto el bloqueo económico, como la
cuarentena diplomática, que en esa misma etapa aisló a Cuba del
resto de Latinoamérica limitando las opciones a la dirigencia
revolucionaria, y cuyos efectos se reflejaban el pueblo cubano. Pero
este forzado aislamiento no impedía a la Cuba gravitar en el
continente; para lo que solo necesitaba sobrevivir, ya que su
negativa a borrarse del horizonte ante la cólera de la potencia
hegemónica no podía dejar de afectar la disciplina panamericana,
dando esperanzas a las tendencias contestatarias y revolucionarias.
Cuba
actuó de modo indirecto en el teatro continental al cual la
administración de Kennedy estaba decidida a vedarle el acceso. A la
espera de desencadenar la ambiciosa revolución continental, se
ofreció como modelo donde surgieron focos en más de una nación
latinoamericana. El influjo cubano se hizo sentir en otros aspectos
sobre el continente: la isla rebelde, aislada políticamente de éste,
estaba obsesivamente presente en él a través de la imaginación
colectiva, y la imagen fuertemente estilizada que ésta acogía,
gravitó decididamente en la renovación cultural e ideológica tan
intensa en esos años.
Los
sesenta fueron tiempos irreverentes, rebeldes; tiempos que proponían
lo nuevo, que festejaban el cambio. Tiempos de revoluciones, de
compromisos y protagonismos, en los que, desde diversos espacios y
prácticas, se impugnaba gran parte de los valores sobre los que
durante mucho tiempo se había sostenido la sociedad occidental sin
cuestionarlos.
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