sábado, 9 de marzo de 2013

EL INTERVENCIONISMO NORTEAMERICANO EN AMÉRICA LATINA
 
Por Laura Rodríguez
Durante el Siglo XX Estados Unidos, amparándose en la Doctrina Monroe, con el pretexto de la seguridad mundial y por el bien “del propio pueblo latinoamericano” ha usado dos mecanismos fundamentales para controlar a América Latina, uno es la violencia, respaldando a muchos dictadores brutales,  como en el 2002, cuando en su "promoción de la democracia", respaldaron un golpe militar para sacar del poder al gobierno electo de Venezuela, pero tuvieron que dejar de insistir porque hubo varias protestas en rechazo a estas medidas, no solo en este país, sino también en toda América Latina, donde ya se toma la democracia de una manera más seria que en Estados Unidos y Europa. El otro mecanismo de control es la Estrangulación Económica.
Aunque en las décadas de la Guerra Fría el factor ideológico era de temer, considero que detrás de cada una de las intervenciones norteamericanas en América Latina se hallaba un interés económico; es que, a pesar de que hace más de veinte años que el socialismo desapareció como una amenaza para la seguridad del continente, y que la Guerra Fría terminó, esta aparece constantemente en la política exterior norteamericana, que así justifica la energía que pone en la seguridad de las relaciones interamericanas como si esta fuese patrimonio común entre EEUU y Latinoamérica, presentando a esta última no como objeto de su propia seguridad sino como objeto de la seguridad norteamericana, y para poder hacerlo desarrollaron el concepto de un sistema panamericano, dirigido desde Washington y con los países latinoamericanos como sus protegidos e implantaron un sistema de arbitraje obligatorio donde los EEUU serían jueces y árbitros en Latinoamérica y cuyo principal objetivo era estimular a los países latinoamericanos a buscar el liderazgo económico y político estadounidense, por eso han intervenido ante los diferentes peligros que surgen y que ponen en peligro sus intereses. Una cita expresa que los Estados Unidos como nación, constituyen un pueblo mitológico creado mitad de sueño y mitad de calumnia, que ha vivido , y vive aún en una tierra y en un tiempo legendario. La tradición política liberal, el puritarismo evangelista religioso, el sentimiento patriotero, la ideología industrial norteña, el nativismo algodonero sureño, el individualismo de la propiedad privada, la expansión territorial no han dejado de alimentar la idealización de una identidad que hace suya una vocación misionera, un papel mesiánico, la predestinación imperial. El economista egipcio Samir Amin expresó : “Estados Unidos extendió la misión que Dios le otorgó (el Destino Manifiesto), para abarcar el mundo entero”, con lo cual han llegado a considerarse el pueblo elegido. Y, aunque esa convicción es propia de la clase dominante de ese país, identificado con una burguesía monopólica y la oligarquía financiera, su legitimación cultural es la que la ha hecho creíble a escala masiva. Y no solo entre los propios norteamericanos, también entre numerosos dirigentes latinoamericanos y de una parte importante de los ciudadanos del sur del Río Grande, sobre todo entre los integrantes de las clases altas y media. Los medios de difusión, el arte y la cultura de Estados Unidos (e inclusive de muchos otros países) han contribuído no solo a difundir los bienes de consumo que simbolizan a esa sociedad, sino también el modelo de democracia que se supone es universal. Pero si bien, según el enfoque norteamericano, los procesos electorales son expresión de la democracia, solo lo son en aquellos casos en los cuales se reproduce el esquema valido para Estados Unidos. Si no se lleva a cabo a su imagén y semejanza, entonces los mecanismos democráticos no son reales o son incompletos, y, fuera de ese patrón no existe la democracia, entonces Estados Unidos “debe” intervenir. Por eso en 1946, en Panamá se creó la famosa Escuela de la Américas (SOA en inglés), actualmente rebautizada como Instituto de Cooperación y Seguridad del Hemisferio Occidental (WHINSEC), con el objetivo de entrenar soldados latinoamericanos en técnicas de Guerra y contrainsurgencia, por cuyas aulas pasaron más de 64 mil alumnos, muchos de los cuáles resultaron ser destacados violadores de los derechos humanos en sus propios países. Roy Bourgeois (activista y sacerdote norteamericano, fundador de la materia de DDHH del grupo SOA) expresó: “La Escuela de las Américas es bien conocida en América Latina como una escuela de asesinos, torturadores y golpistas, y es el símbolo de la política exterior de EEUU, cuyo papel es siempre el mismo: proteger sus intereses económicos y apropiarse de los recursos naturales de los países latinoamericanos.
La mayoría de los dictadores latinoamericanos de la segunda mitad del Siglo XX, pasaron por la Escuela de las Américas. Hugo Banzer en Bolivia, Augusto Pinochet en Chile, Anastasio somoza en Nicaragua, toda la Junta Militar Argentina, entre otros.
Noam Chomsky afirma lo siguiente: “Los primeros beneficiarios de los recursos del país (atacado), tanto humanos como materiales, deben ser los llamados intereses norteamericanos. Y si el pueblo del país piensa que el primer beneficiario debe ser el pueblo de ese país, entonces se los tacha de comunistas, y hay que hacer algo con ellos. Se puede hacer un montón de cosas, pero si ninguna de ellas funciona, entonces los matas”.
Estados Unidos proclama constantemente un discurso antiterrorista, pero paralelamente continúa creando terroristas, asesinos y torturadores en la Escuela de las Américas. Durante el período 2001-2011, la SOA ha entrenado casi 14 mil hombres, entre militares y policías. Se destacan Colombia, Chile y Perú como los países que más soldados han enviado. Mientras tanto, cinco países latinoamericanos (Argentina, Bolivia, Ecuador, Uruguay y Venezuela) Cortaron sus vínculos con la Escuela de las Américas.
Históricamente, EEUU ha impuesto y ha dado apoyo a dictadores latinoamericanos, con el fin de poderse aprovechar de sus recursos naturales, apoderarse de sus mercados y mantener en la miseria a sus pueblos. En su costumbre de invadir a otros países independientes, ejerciendo impunemente su función de policías del mundo, excusándose en la seguridad del continente fue El arte de mentir les es constitutivo, sobre todo en América Latina, donde, con la excepción tal vez de las dictaduras de Castro y de Pinochet (inspiradas en una concepción ideológica no democrática reivindicada como fuente de legitimidad), todos los tiranuelos y dictadorzuelos que han estado presentes en América Latina, no basaban su poder en creencia, filosofía o idea alguna, sólo en el apetito crudo de llegar al poder y perpetuarse en él para aprovecharlo hasta el hartazgo. Es natural que en las bocas de estos hombres fuertes y generalísimos, padres de la patria, benefactores, caudillos, etc. y en el de los letrados, polígrafos a su servicio, el vocabulario político se prostituyera sin remedio y palabras como "legalidad", "libertad", "democracia", "derecho", "orden", "equidad", "igualdad", adoptaran, una personalidad que era falsa, no eran ellos sino lo que querían que la gente conociera de ellos y lo demás estaba escondido, aunque finalmente salía a la luz.

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